Artículo redactado por el equipo de CEMP
Validado por equipo docente
Identificar un óvulo maduro forma parte de los procesos de reproducción asistida y es, de hecho, un paso que condiciona la evolución del tratamiento.
Dada su importancia, hemos querido dedicar este artículo a definir cuáles son las características que indican la madurez del óvulo y cómo se determinan en el laboratorio.
Pero, antes, es imprescindible tener claro qué se entiende por óvulo maduro y qué lo diferencia del que no lo es, algo básico para cualquier persona que desee ejercer en el mundo de la cirugía reproductiva y otros ámbitos relacionados.
Un óvulo maduro es una célula reproductora femenina que ha completado su desarrollo y está lista para ser fecundada.
Durante este proceso de maduración, que ocurre en los ovarios, el óvulo pasa por una serie de cambios tanto en su núcleo como en su citoplasma, que le otorgan la capacidad de iniciar el desarrollo embrionario tras la fecundación.
Cuando esto pasa, el óvulo está preparado para fusionarse con un espermatozoide y dar lugar a un embrión.
Esta es su principal diferencia con respecto a un óvulo inmaduro.
Un óvulo maduro presenta una serie de rasgos morfológicos y funcionales que lo distinguen de los inmaduros:
La madurez del óvulo se reconoce principalmente por la presencia del primer cuerpo polar.
Este pequeño fragmento celular aparece cuando el óvulo completa la primera división meiótica, momento en que el óvulo se detiene en la metafase II, esperando la fecundación.
La observación de este cuerpo polar bajo el microscopio es el principal indicador de que el óvulo está maduro y preparado para ser fecundado.
El citoplasma del óvulo maduro debe verse claro y homogéneo, con una leve granulación repartida de forma regular y sin presencia de acumulaciones o zonas oscuras.
Esto indica que el óvulo ha completado su maduración y tiene mejores posibilidades de desarrollo tras la fecundación.
El espacio perivitelino es el área entre la membrana del óvulo y la zona pelúcida, la capa que lo rodea.
En un óvulo maduro, este espacio es reducido y uniforme, sin restos celulares ni exudados.
La zona pelúcida debe ser transparente, de grosor proporcionado (alrededor de 15-20 micras) y sin irregularidades que puedan dificultar la fecundación o el desarrollo embrionario.
El óvulo maduro suele estar rodeado por un grupo de células granulosas, conocido como cúmulo ooforo.
Su presencia es señal de buena calidad ovocitaria, mientras que si estas células aparecen dispersas o dañadas, puede indicar problemas en la maduración o en el entorno folicular.
Los orgánulos dentro del citoplasma, como las mitocondrias y los gránulos corticales, deben estar repartidos de forma uniforme.
La presencia de vacuolas, agregados o inclusiones anómalas puede señalar alteraciones que reducen la capacidad del óvulo para ser fecundado y desarrollarse correctamente.
El óvulo maduro tiene un diámetro aproximado de entre 120 y 130 micras, incluyendo la zona pelúcida y el espacio perivitelino.
Un tamaño inferior suele asociarse a óvulos inmaduros, mientras que un tamaño excesivo puede indicar anomalías cromosómicas o estructurales.
Para saber si un óvulo está maduro se sigue un proceso que combina estimulación hormonal, técnicas de laboratorio y análisis morfológico:
En los tratamientos de reproducción asistida, se administra medicación para estimular los ovarios y conseguir el desarrollo de varios folículos.
Este se sigue de cerca mediante ecografías y análisis hormonales, de forma que cuando los folículos alcanzan un tamaño óptimo (generalmente 18 mm o más) se programa el siguiente paso.
Una vez el óvulo tiene un buen tamaño, se administra una inyección hormonal para inducir la maduración final de los óvulos.
Aproximadamente 36 horas después, se realiza la punción ovárica, un procedimiento que sirve para extraer de los folículos los óvulos que previsiblemente han alcanzado la madurez.
El objetivo es analizarlos en el laboratorio para determinar si son válidos para su uso en técnicas de fecundación in vitro.
Los óvulos recuperados se observan bajo el microscopio, separando las células granulosas para analizar su estado de madurez.
El principal criterio a seguir para identificar un óvulo maduro será la presencia del primer cuerpo polar.
El embriólogo examina el aspecto general del óvulo: forma esférica, citoplasma claro, zona pelúcida regular y espacio perivitelino pequeño.
También se descartan óvulos con alteraciones evidentes, como vacuolas, gránulos excesivos o anomalías en la zona pelúcida.
Se revisa la distribución de los orgánulos en el citoplasma, ya que los óvulos con orgánulos agrupados o estructuras anómalas suelen tener menor potencial de fecundación.
Esta valoración ayuda a seleccionar los óvulos con más probabilidades de éxito en el laboratorio.
Finalmente, se clasifican los óvulos según su grado de madurez y calidad. En los procedimientos de fecundación in vitro, ya sea por inseminación convencional o por microinyección espermática (ICSI), solo se usan los óvulos maduros y con buena morfología.
Confirmar la madurez del óvulo es requisito indispensable para continuar con el tratamiento de fertilización, pues da diversas garantías tanto a los profesionales como a la paciente:
Sin embargo, que el óvulo esté maduro es solo la punta del iceberg. Antes, tiene lugar todo un proceso fisiológico que es necesario que los profesionales conozcan para potenciar el efecto del tratamiento.
En este sentido, formaciones como el Máster en Fertilidad de CEMP son esenciales para poder aplicar las técnicas correctas en los momentos apropiados del ciclo de la mujer.
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En definitiva, identificar un óvulo maduro es solo una parte de la gran labor que desarrollan los expertos y expertas en reproducción, una profesión cada vez más demandada y valorada en el mercado laboral.
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