Artículo redactado por el equipo de CEMP
Validado por equipo docente
Los cultivos de embriones son un procedimiento inherente a la fecundación in vitro (FIV) y, de hecho, suponen la clave de su éxito.
Así, se trata de reproducir las condiciones necesarias para que los embriones atraviesen los distintos cambios biológicos y metabólicos decisivos para su adecuada implantación.
Para lograrlo, los profesionales y especialistas en reproducción asistida deben comprenden las distintas etapas en las que se producen y cuáles son las necesidades del embrión en cada una de ellas.
En este artículo, veremos en detalle cada fase del desarrollo embrionario y los requisitos ambientales que las favorecen, desde la fecundación hasta el momento de la transferencia al útero.
Antes de la transferencia al útero, los embriones atraviesan un proceso de desarrollo que reproduce, en un entorno artificial, lo que ocurriría en las trompas de Falopio y el útero.
Cada etapa por la que pasan implica cambios biológicos y metabólicos que condicionan su viabilidad futura:
El cultivo comienza en el momento en que el óvulo maduro y el espermatozoide se unen en las primeras 16-18 horas.
Si es así, en esta fase ya se puede observar la aparición de dos pronúcleos en el interior de la célula, signos de que los materiales genéticos de ambos progenitores se han combinado.
Esto da lugar al cigoto, que morfológicamente es muy parecido al óvulo original, debido a que todavía no han comenzado los procesos biológicos que distinguirán al futuro embrión.
Transcurrido el día 1, el cigoto inicia sus primeras divisiones a través de un proceso llamado segmentación, originándose células conocidas como blastómeras.
En el segundo día de cultivo, suelen observarse de 2 a 4 blastómeras dentro de cada embrión, que deben ser de tamaño y forma similares para considerar que el desarrollo es normal.
Durante esta etapa, se evalúa la simetría de las células y la ausencia de fragmentos, ya que cualquier alteración puede bloquear el desarrollo y reducir las posibilidades de que el proceso avance hacia etapas posteriores.
Cuando el embrión alcanza de 6 a 8 blastómeras, empieza a utilizar sus propios genes, un fenómeno conocido como activación del genoma embrionario.
A partir de este momento, la síntesis de nuevas proteínas y moléculas reguladoras depende menos del legado del óvulo y más de la información genética propia del embrión.
Esto provoca un cambio en las demandas metabólicas, por lo que el medio de cultivo debe adaptarse y aumentar la cantidad de nutrientes.
Los procesos de división celular se aceleran y los laboratorios ajustan los componentes de los medios líquidos para proporcionar todo lo necesario y evitar bloqueos en el desarrollo.
En el cuarto día, después de la fecundación, las células ya se han multiplicado y, gracias a un proceso de compactación, adquieren una morfología homogénea conocida como mórula.
La compactación implica que las blastómeras se adhieren entre sí gracias a moléculas como las cadherinas, formando una estructura esférica y uniforme.
Esta reorganización prepara al embrión para su siguiente transformación: la aparición de la cavidad que dará lugar al blastocisto.
Aquí, la capacidad de las células para comunicarse y organizarse internamente es fundamental, pues sentará la base de los órganos y tejidos.
Cualquier fallo en la compactación puede impedir la llegada a etapas fundamentales para la implantación
Alrededor del quinto y sexto día tras la fecundación, el embrión completa una transformación decisiva a blastocisto.
Las células que formaban la mórula comienzan a organizarse, originando una cavidad interna llena de líquido llamada blastocele.
Este proceso señala el paso de una estructura homogénea a una configuración mucho más compleja: durante estos días, el embrión alcanza las 200 células, que no son todas iguales y han asumido distintas funciones para preparar la implantación.
Una vez llegado a la fase de blastocisto, y si este mantiene una buena estructura y calidad, está listo para adherirse a la pared uterina, iniciando la implantación y, con ello, el embarazo.
Durante todo el cultivo embrionario, los profesionales del ámbito de la cirugía reproductiva observan y registran los principales cambios en cada fase para detectar bloqueos en el desarrollo, anomalías genéticas (como el quimerismo genético) o problemas metabólicos.
Lograr que un embrión se desarrolle en laboratorio requiere reproducir con exactitud el ambiente fisiológico del aparato reproductor femenino.
La temperatura, la atmósfera, el medio de cultivo y la ausencia de contaminantes son determinantes:
Los embriones se cultivan en incubadoras que mantienen una temperatura de 37 – 37,5 °C y una humedad del 70% al 95%.
La atmósfera típica incluye un 6% de CO₂ y oxígeno reducido al 2-8% para imitar el entorno uterino y limitar la formación de radicales libres.
La pureza del aire, el control de la luz y la ausencia de contaminantes evitan alteraciones metabólicas.
Existen medios secuenciales que adaptan su composición a las distintas fases del desarrollo (menos glucosa y más piruvato al inicio; más glucosa y aminoácidos en fase de blastocisto) y medios únicos, que aportan todos los nutrientes desde el primer día.
Algunos laboratorios incorporan fluidos uterinos reales de la paciente.
Cada parámetro influye directamente en la calidad embrionaria y en sus posibilidades de implantación y, por ello, los laboratorios aplican el análisis secuencial para anticipar problemas y elegir el momento óptimo para transferir, vitrificar o descartar embriones.
Algunos de los indicadores que se monitorizan son los siguientes:
Sin esta supervisión continua, se incrementa el riesgo de seleccionar un embrión con baja capacidad de implantación.
De ahí que sea necesario que el cultivo de embriones lo lleven a cabo profesionales especializados.
En este sentido, formaciones como el Máster en Fertilidad de CEMP son esenciales para poder tomar las decisiones correctas en cada momento.
En este máster, las bases para ejercer en reproducción asistida se obtienen a través de módulos como los siguientes:
Además, incluye prácticas en centros especializados, junto a un plan de empleabilidad individualizado.
En definitiva, saber llevar a cabo un cultivo de embriones de forma correcta, es una gran responsabilidad para los expertos en reproducción, una profesión cada vez más demandada y valorada en el mercado laboral.
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