Artículo redactado por el equipo de CEMP
Validado por equipo docente
Los neuromoduladores forman parte de la práctica común de los profesionales de la medicina estética.
A pesar de ello, existe todavía cierta reticencia hacia su utilización. El principal motivo es la desinformación alrededor de estas sustancias, que ha llevado a la circulación de varios mitos.
Por tanto, en este artículo, profundizaremos en una explicación detallada de la definición y funcionamiento de los tratamientos con neuromoduladores faciales.
Tanto si quieres ampliar conocimientos, como si deseas avanzar en tu carrera dentro de la medicina estética, sigue leyendo.
Los neuromoduladores son sustancias que relajan temporalmente los músculos en la zona en la que se aplican.
Funcionan bloqueando la liberación de la acetilcolina, un neurotransmisor que permite la contracción muscular. Al impedir que el músculo reciba la orden de contraerse, logran que la zona tratada se relaje y la piel muestre un aspecto más liso.
Por este motivo, es un tratamiento de rejuvenecimiento facial muy habitual en el ámbito de la medicina estética para suavizar arrugas y líneas de expresión.
Sin embargo, su uso no se limita a estos tratamientos, siendo una solución efectiva para:
El ejemplo más conocido de neuromodulador es la toxina botulínica, empleada mundialmente bajo distintas marcas para reducción de arrugas faciales. Con respecto a ella, existe una confusión común que es preciso aclarar:
Efectivamente, una de las creencias más comunes es que los neuromuladores y el bótox, o la toxina botulínica, son métodos distintos de tratamientos full face.
La realidad es que el término «neuromodulador» hace referencia a cualquier sustancia que regule la transmisión de señales nerviosas, incluida la toxina botulínica.
«Bótox» es simplemente una marca comercial de toxina botulínica tipo A (un tipo específico de neuromodulador), de las varias que existen en el mercado. Todas utilizan el mismo mecanismo para lograr el efecto de relleno y atenuación de arrugas.
Una vez aclarada esta cuestión, veamos dónde y cómo se aplican los neuromoduladores faciales, la zona del cuerpo donde más se utilizan.
En medicina estética facial, los neuromoduladores se aplican sobre todo para tratar las arrugas dinámicas, que son aquellas que aparecen con la gesticulación o el movimiento muscular.
Así, las áreas más habituales del rostro para la inyección de estas sustancias son:
Otros lugares de aplicación, aunque menos comunes, son el cuello, la línea mandibular o el músculo depresor del ángulo de la boca para mejorar la apariencia de la sonrisa.
El procedimiento de aplicación de los neuromoduladores se realiza en una consulta médica y rara vez requiere anestesia, aunque puede aplicarse frío local para evitar molestias.
Consiste en inyectar pequeñas dosis del neuromodulador con una aguja muy fina, directamente sobre los músculos de la cara a tratar. El proceso dura alrededor de 20-30 minutos.
La reincorporación a la rutina habitual es inmediata, aunque se recomienda seguir ciertas precauciones, como:
Los resultados empiezan a apreciarse en 3-4 días, con una duración media de 4 a 6 meses, tras los cuales se puede realizar un nuevo tratamiento.
Quizás por ser relativamente desconocidos, en torno a los neuromoduladores han surgido numerosos mitos, que aquí queremos desmentir:
Existe la creencia de que estos tratamientos dejan el rostro rígido, sin expresión natural.
En realidad, un profesional experimentado sabe ajustar la dosis y la localización del neuromodulador para relajar solo los músculos responsables de las arrugas, manteniendo la movilidad y la capacidad de expresión del paciente.
El objetivo es armonizar el rostro, no anular la comunicación gestual, lo que se consigue con una técnica adecuada.
Algunas personas temen utilizar neuromoduladores por una supuesta toxicidad. Sin embargo, su uso en dosis controladas y por manos expertas es seguro y eficaz.
El médico José M. Campos no duda, por ejemplo, de la seguridad del bótox: «El tratamiento con toxina botulínica (BoNT) es uno de los procedimientos estéticos no invasivos que se realizan con mayor frecuencia en la actualidad. Se ha demostrado que es seguro, eficaz y predecible.»
Las complicaciones graves son muy poco frecuentes y los posibles efectos secundarios leves, como pequeños hematomas o inflamación, son temporales.
Otro mito habitual es pensar que estos tratamientos están destinados exclusivamente al público femenino.
Lo cierto es que cada vez más hombres recurren a los neuromoduladores buscando un aspecto más descansado y juvenil.
La indicación no depende del género, sino de las necesidades y expectativas de cada persona.
El resultado del tratamiento no es permanente. La acción del neuromodulador se desvanece a los 4-6 meses (según la Academia Española de Dermatología y Venereología), y en ese momento la función muscular vuelve a su estado previo.
No existe evidencia de que se genere adicción fisiológica ni dependencia, sino que el paciente puede decidir si repetir o no el tratamiento.
Al contrario de lo que piensan algunas personas, los efectos del neuromodulador no se aprecian de forma instantánea tras la inyección.
Se necesita un periodo de entre 3 y 7 días para que el músculo responda y la piel muestre la mejoría, siendo a veces necesario esperar hasta una semana para ver el resultado completo.
En definitiva, muchas de estas leyendas no se corresponden con la realidad cuando el tratamiento con neuromoduladores se deja en manos de un profesional cualificado, requisito imprescindible para evitar complicaciones
En este sentido, las formaciones superiores específicas, como el Máster en Medicina Estética de CEMP, dotan a los profesionales de conocimientos valiosísimos para ejercer en este campo.
Sin duda, la aplicación de neuromoduladores es un área de la medicina estética de alta demanda y con gran proyección profesional.
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